Manuel José
Quintana y Lorenzo.
Madrid,
11.IV.1772 – 11.III.1857. Ministro, poeta, filólogo, periodista y senador.
Estudió en
la Universidad de Salamanca en el Colegio de la Magdalena, hacia 1787 y 1788, y
obtuvo una formación excelente en autores clásicos, estudiando Retórica y
Filosofía, Arte Poética y Derecho Civil y Canónico. Sus maestros fueron en esta
época Meléndez Valdés, Estala y Jovellanos. Dérozier señala su “mezcla de
filantropía sensualista y de enciclopedismo revolucionario” que creó una
ideología nueva.
Además, el
inquisidor de Jaén había concedido licencia a su padre para leer y retener
libros prohibidos, que fueron definitivos en su formación. En 1788 aparecieron
sus primeras Poesías dedicadas al conde de Floridablanca, cuando tenía el
autor dieciséis años.
En 1790
recitó en la Academia de Bellas Artes la Epístola a Valerio, donde se
defiende que la religión católica degenera en fanatismo supersticioso y la
Monarquía en tiranía, y busca que la Enciclopedia ilumine este pensamiento religioso.
En 1790
presentó el ensayo en tercetos Las Reglas del drama a un concurso de
elocuencia de la Real Academia Española. La crítica —salvo Dérozier— se ha
visto engañada quizás por este texto, que no publicó este autor hasta 1821 con
nuevas notas. De su lectura podría deducirse que Quintana es un escritor
neoclásico ilustrado, pero nada más falso, ya que es probablemente el primer
autor romántico español, o más bien protorromántico. Existe toda una corriente
de opinión que va desde los artículos hoy olvidados de Adolfo Bonilla (1908), a
los de Azorín (1913), pasando por la tesis doctoral de César Vallejo (1915) que
permiten considerarlo como autor de pleno siglo xix, protorromántico y pacífico
revolucionario, que potenció las reformas liberales de las Cortes de Cádiz con
gran protagonismo.
Quintana era
abogado en Madrid en 1795 y el 24 de diciembre fue nombrado fiscal de la Junta
de Comercio y Moneda. Casó en 1800 con María Antonia Florencia, aunque su vida
amorosa es una incógnita.
Realizó un
estudio sobre la vida y obra de Cervantes para la edición de Don Quijote de
1797 en la Imprenta Real. Dérozier indica que escribió tres prólogos (1795,
1796, 1797) para la Colección de poetas españoles de D. Ramón Fernández donde
comenta a Juan de la Cueva y a Francisco de Rioja. Es de importancia su prólogo
a Romanceros y Cancioneros, con lo que se anticipa en mucho a la labor
de Agustín Durán con una defensa muy romántica y democrática del romancero
español, que reiterará en las Poesías selectas castellanas (1807), donde
estudia a Góngora, Quevedo, Lope, Villegas. En 1802 publicó sus Poesías con
gran éxito. En esta época sintió una gran atracción por los enciclopedistas y
los philosophes franceses, en especial Montesquieu, Rousseau, Voltaire,
Diderot, d’Alembert y Marmontel.
Era censor
de Teatros de la Corte desde marzo de 1806 al estallido de la Guerra de la
Independencia, en la que desempeñó un papel importante como cerebro en la
sombra del poderoso grupo de intelectuales liberales españoles. Frente a otros
intelectuales que tuvieron que cambiar de bando, como Alberto Lista, por
ejemplo, Quintana, al llegar los franceses a Madrid, abandonó la ciudad en
diciembre de 1808. En Sevilla, en donde estaba formándose la Junta Central
Suprema Gubernativa del Reino, fue nombrado oficial mayor de la Secretaría
General el 11 de enero de 1809, y en 1810 fue secretario de la Interpretación
de Lenguas durante el Primer Consejo de Regencia, y luego secretario de la
Cámara y Real Estampilla desde el 9 de abril al 14 de julio de 1811. Participó
en 1813 en la Junta de Instrucción Pública, en la Dirección General de Estudios
y en la Junta Suprema de Censura, sucesivamente. Fue también académico de San
Fernando en febrero de 1814 y miembro de la Real Academia Española.
El estudio
de la obra y la vida de Quintana demuestra que hay que adelantar la llegada del
romanticismo a España. Muchos autores de finales del xviii y principios del
xix, y también la juventud de Rivas, Espronceda, y sus amigos, vivieron el
movimiento romántico sin conceptualizarlo todavía, ya que la voz romántico aparece
en Lista y Quintana simultáneamente en 1821. Existe por tanto un primer
romanticismo español desde aproximadamente 1795 a 1834, que coexiste con el
inglés y el del resto de Europa, hasta el romanticismo maduro que se instaura
en 1834 con el Don Álvaro y luego los textos de Larra, Espronceda y los
posteriores de Zorrilla —que enlaza casi con el modernismo—.
Este primer
romanticismo —al que pertenecerían también José Marchena, sus epístolas entre
Abelardo y Eloísa por ejemplo, y Juan Nicasio Gallego, su elegía a la muerte de
la duquesa de Frías por ejemplo— se muestra en Quintana en poemas como Ariadna
(1795), con suicidio de la heroína por amor romántico en proceloso
acantilado; o en su Al mar (1798), poema panteísta y apasionado, que
inspiraría el final de La peregrinación de Childe Harold de Byron, quien
viajó a Cádiz tras leer este poema para conocer el mar que había cantado
Quintana.
Quizás se
pueden considerar las Cortes de Cádiz como unas Cortes revolucionarias en las
que surge en España el sentimiento de soberanía popular. En este sentido consta
la misteriosa desaparición del documento de convocatoria de Cortes en cámaras
separadas, lo que hizo que éstas se celebraran en una sola cámara democrática,
con modos más progresistas que las Cortes inglesas y las francesas. Se ha
pensado que el cerebro que había instigado a la desaparición de este texto de
convocatoria fue Quintana, si bien se sabe que él lo negó rotundamente ante la
Inquisición.
El
sentimiento de patriotismo, que es, con casi toda seguridad, el más importante
que define y explica la poesía y prosa de Quintana, no ha sido probablemente
bien comprendido por la crítica. Los historiadores españoles de la segunda
mitad del xix, como Leopoldo Augusto de Cueto, Antonio Alcalá Galiano, Antonio
Pirala y Antonio Sánchez Moguel, han contribuido a legar la imagen de un
Quintana patriotero de dimensiones reducidas, lo que está muy lejos de la
realidad. La nación que él pretendía era una España progresista y distinta,
evolucionada desde lo que llamó “una gran revolución sin escándalo y sin
desastres”, pero con una visión nueva y moderna del país que nada tenía que ver
con el patrioterismo conservador.
Por todo
ello, hay que leer a Quintana con ojos nuevos, y, si su poesía posee
sentimiento poderoso y pulsión protorromántica, su prosa es la de un hombre
comprometido, que abandonó por ejemplo la temática amorosa para ofrecer su vida
y su pluma a una causa, la de la revolución liberal progresista española, en un
intento de hacer un país moderno y democrático.
Por otro
lado, aún hay que estudiar la importante labor que desarrolló en Quintana El
Semanario patriótico en 1809, durante su segunda época, en la Guerra de la
Independencia, de un sentir revolucionario y antimonárquico que motivó las
protestas de la Junta. Su dedicación a la poesía será muy ocasional desde 1808.
Durante la
represión fernandina, fue encerrado en la Ciudadela de Pamplona, respondiendo
con singular valentía a las cuestiones del proceso inquisitorial de la
Inquisición de Logroño, y alegando que las ideas por las que se le juzgaba, de
control del poder real, podían encontrarse en textos de Lope, Saavedra Fajardo
y otros autores españoles que habían sido autorizados por el Santo Oficio. De
todo ello da constancia el libro Defensa de las Poesías ante el Tribunal de
la Inquisición, y la Memoria sobre el proceso y prisión de Manuel José
Quintana en 1814, que se pueden encontrar en las Obras inéditas de
Manuel José Quintana (Madrid, Medina y Navarro, 1872, con prólogo de Manuel
Cañete) de sumo interés para comprender el temple humano de este singular autor
tan injustamente postergado y olvidado hoy, que contrasta con la, por otro
lado, comprensible actitud de sumisión y arrepentimiento de coetáneos como Manuel
María Arjona o —en este caso desde la distancia del exilio— de Alberto Lista,
como sólo dos ejemplos.
Su mujer, de
buena familia y gran belleza, murió en 1820, apenas salido su marido de la
Ciudadela de Pamplona, y no tuvo hijos.
Como se ha
dicho, el 11 de marzo de 1820 salió de la cárcel con el triunfo de la
revolución de Riego, y ocupó diversos cargos durante el trienio: Dirección
General de Estudios, Junta Suprema de Censura, Junta Protectora de la Libertad
de Imprenta.
Al finalizar
el trienio, después de 1823, fue exiliado a Cabeza del Buey, en Extremadura,
hasta septiembre de 1828. De esta época data la correspondencia con su amigo
Antonio Uguina, publicada por Eloy Díaz- Jiménez Molleda (Madrid, Victoriano
Suárez, 1833), de sumo interés para conocer su temple humano. Durante este
exilio, como puede observarse por dicha correspondencia, trabajó en condiciones
económicas difíciles, y los arrieros le traían los libros en sus carros desde
Madrid, para la redacción del segundo volumen de las Vidas de españoles
célebres.
Estuvo en
este destierro hasta septiembre de 1828, en que pudo volver a Madrid. En 1833,
cuando murió el rey Fernando VII llegó a la Dirección General de Estudios, a la
Interpretación de Lenguas. En 1834 fue prócer del Reino, y en 1835 ministro del
Consejo Real. De 1840 a 1843 fue ayo instructor de la reina Isabel II y de la
infanta María Luisa Fernanda. Fue varias veces senador, luego vitalicio, y
presidente en 1850 de la Comisión encargada de corregir los escritos
extranjeros sobre la Guerra de la Independencia.
En 1852 la
editorial Rivadeneyra publicó sus Obras completas en la Biblioteca de
Autores Españoles (BAE) que, sin embargo, no son en absoluto obras completas,
como tampoco las que con ese título y mucho lujo publicó en Madrid la imprenta
Administración (1897-1898) en tres gruesos tomos, si bien —aunque Dérozier las
califica de “edición monumental, menos interesante de lo que pudiera haber
sido”— son de interés para comprender muchos aspectos ignotos de la edición de
la BAE, que hasta hace poco estaba en catálogo todavía. También importantes las
Obras inéditas […], con juicio crítico de Manuel Cañete, editadas en
Madrid, Medina y Navarro, 1872, que fue la primera forma de acceder por los
lectores al proceso de prisión de Quintana por la Inquisición y conocer la
valiente gallardía de sus respuestas.
Tras la
Revolución de 1854, jóvenes posrrománticos consideran la idea de coronar al
autor como padre de dichas ideas revolucionarias, pues se encontraba en
situación económica apurada, aunque como se refleja en la correspondencia
inédita con José Musso y Valiente, nunca aceptó —por orgullo— la ayuda de nadie
en este sentido, pese a los ofrecimientos de su amigo. El 13 de septiembre se
representó su tragedia Pelayo, el 14 los jóvenes progresistas de La
Iberia publicaron un encomiástico artículo sobre él, que sugería la
coronación que tuvo lugar el 25 de marzo de 1855 por Isabel II en el Senado.
Pero murió dos años más tarde, el 11 de marzo de 1857.
Las Obras
inéditas de Manuel José Quintana se publicaron en Madrid, imprenta Medina y
Navarro, en 1872; contienen un interesante bosquejo biográfico del sobrino del
autor, en el que se basa Dérozier para su exposición biográfica, con relación
completa de los cargos oficiales que ocupó. Su sobrino señala el éxito de su Pelayo
en 1805, por el sentimiento patriótico que poseía, y la Colección de
poesías selectas castellanas, editada entre 1830 y 1833 debió influir sobre
el joven Espronceda, que redactaba a la sazón su Pelayo, tanto por lo
menos como el manual del Colegio de San Mateo de Alberto Lista, Colección de
trozos escogidos de los mejores hablistas castellanos, en verso y prosa (texto
en 1821, con 2.ª edición corregida y aumentada en Madrid en 1846, y en Sevilla
en 1859).
El bosquejo
biográfico de su sobrino es muy completo y abarca desde los años anteriores a
la Guerra de la Independencia hasta su coronación poética en la vejez. El texto
de la Coronación del eminente poeta D. Manuel José Quintana, celebrada en
Madrid el 25 de marzo de 1855 (Madrid, 1855) puede consultarse en el
folleto mencionado, y se produjo por iniciativa de jóvenes revolucionarios que
lo sugirieron en artículo en La Iberia (n.º 76, 14 de septiembre de
1854), siendo la reina Isabel II la encargada de ofrecer dicha corona al poeta,
que envejecía entre sus libros y sus amigos, aunque en unas condiciones muy
difíciles desde el punto de vista económico. Es interesante ver cómo Quintana
es considerado por sus coetáneos el padre de la revolución española: de la
incruenta de las Cortes de 1812, con la invitación a la libertad a los
diputados americanos, que fue vista como una incitación a la independencia; y
también obligado punto de referencia para todos los revolucionarios, tanto en
el trienio como en su vejez, hacia 1854 en que se vuelve a representar su Pelayo.
Era Quintana
un autor muy respetado que no es acreedor del injusto olvido en que hoy yace.
Personaje apasionante de una época apasionada que no merece ser enterrado en
legajos de erudición, y cuya lectura es sumamente gratificante e insustituible
para poder comprender todo su momento histórico en el que fue protagonista de
primera magnitud. El estudio de Quintana es también una invitación a evitar la
cosificación de nuestro pasado histórico, y proporciona las claves para
entender de modo auténtico una serie de pulsiones vitales de la época, patentes
en los intelectuales liberales y también en el pueblo que acudía a las Cortes o
protagonizaba los enfrentamientos en los diversos períodos revolucionarios que
vivió, con un sentimiento romántico de la existencia, antes de que se
conceptualizara el movimiento e incluso antes de que llegara el término —como
se ha dicho de la mano de Quintana en 1821 y de Lista en la misma fecha—.
El prólogo
de 1872 del historiador Cañete a estas Obras inéditas muestra el
intento, por parte de la crítica y la historiografía conservadora, de asimilar
a sus parámetros el nacionalismo progresista de Quintana, quien por el
contrario luchaba por convertir España en una nación moderna desde el punto de
vista ideológico.
Se contiene
aquí la Defensa de las Poesías ante el Tribunal de la Inquisición,
donde defiende la edición de 1813 de sus Poesías desde su prisión en
1818, donde señala a Saavedra Fajardo, fray Diego Murillo y Lope de Vega, como
precedentes de su propio pensamiento acerca de una “Monarquía templada y
mitigada por las Leyes”. Constituye una admirable lección de valentía que debió
sorprender a sus jueces.
También la Memoria
sobre el proceso y prisión de Manuel José Quintana en 1814, donde lejos de
retractarse, se refiere a “la bajeza de los acusadores”, y menciona el primer
volumen de sus Vidas de españoles célebres como escrito de intención
didáctica y utilidad cívica y social, quizá para formar a la juventud en un
nuevo concepto, moderno y progresista, de nación.
Se
manifiesta a favor de una revolución incruenta y pacífica, lejana de los
excesos de la experiencia francesa del siglo anterior, pero, aunque estas ideas
se encuentren después también en el liberalismo moderado de Lista, por ejemplo,
hay una enorme diferencia entre ambos autores, ya que Quintana defiende el
principio de soberanía popular, que es la piedra de toque del liberalismo
progresista en su época. La valentía de Quintana en estos escritos es de una
gallardía osada y admirable, contra la que ni siquiera sus jueces se atrevieron
a actuar. Es además un texto de sumo valor histórico para comprender las
actividades de la Junta Central, la convocatoria de Cortes y la aventura del Semanario
Patriótico, que espera quien la estudie con ojos nuevos. Y contiene un
bellísimo alegato a favor de la libertad, que fue lo que siempre defendió con
el compromiso de su pluma y de su vida.
En las Obras
completas de Manuel José Quintana (Madrid, 1946 [BAE, XIX]), se contiene un
texto de gran interés histórico y humano del autor: las Cartas a Lord
Holland, fundamental no sólo para comprender el pensamiento político de
Quintana, sino también los motivos profundos del fracaso de la revolución
liberal durante el trienio, con un retrato estremecedor de la psicología de
Fernando VII. En estos breves apuntes se contiene toda una lección de Historia,
que los liberales de épocas posteriores no quisieron comprender.
En dichas Obras
completas se pueden leer también sus valiosas Vidas de españoles
célebres, que se publicaron inicialmente en tres volúmenes: el primero en
1807, en pleno momento patriótico; el segundo en 1830 y el tercero en 1833.
Quintana busca en estas obras la ejemplaridad, pero basándose en lo que
seguramente entendería Emilio Zola más tarde como haute morale, la moral
de los sentimientos nobles y elevados que se encuentran en el espíritu humano.
Todas estas Vidas son una lección de virtudes humanas, y van mucho más
allá de la mera ejemplaridad neoclásica instrumentalizada por los estamentos del
poder político.
Quintana
transmite su admiración hacia los valores humanos de los protagonistas, pero lo
curioso es que al indagar en cada personaje principal, lo acompaña del
conocimiento intrahistórico de una corte de personajes secundarios a los que
dota del mismo valor, con sentido profundamente democrático, recogiendo
noticias de primera mano que corrían aún de boca en boca acerca de dichos
protagonistas, con lo que aporta una información intrahistórica de primera mano
contada con objetividad y documentación. En 1833 se reimprimieron los dos
volúmenes anteriores con un tercero, en el que se contienen las vidas de Álvaro
de Luna y la muy polémica —por cuanto desató la indignación de los
conservadores, que no fueron capaces de aceptar la autocrítica histórica— de
fray Bartolomé de Las Casas. Estas Vidas son un auténtico precedente de
los recursos de la novela histórica romántica española, porque tienen
movimiento narrativo.
Suelen
basarse en la existencia de una anécdota significativa sobre la que se cimenta
toda la definición de un temperamento admirable que se biografía.
La aparición
del primer volumen se explica por la necesidad en la España anterior a la
Guerra de la Independencia de un sentimiento patriótico que la animara; y en la
década de 1830, por coincidir con los momentos de exaltación nacionalista que
generó el romanticismo más maduro en toda Europa, también en España, aunque se
encontrara sometida por el absolutismo fernandino. Quintana convierte a sus
biografiados en auténticos héroes románticos, y se sigue con tenso interés la
trama de su historia como si de una novela se tratara, basándose sobre todo,
como ya se ha insistido, en sus valores humanos, que operan como lección de
ética laicista.
Como aspecto
que completa estas Vidas, debe señalarse la colección de epítomes que
Quintana publicó en los Retratos de los españoles más ilustres con un
epítome de sus vidas, editados por la Imprenta Nacional sin firma. En la
correspondencia de Quintana con José Musso y Valiente, se demuestra por una carta
de Quintana cuáles eran los que se debían a su pluma, por una relación que él
mismo facilitaba (Martínez Torrón, 1993). Son breves epítomes o retratos de
personajes históricos, redactados antes de 1831, y que vienen a completar la
información que aportan las Vidas pero con un tratamiento más moderno y
sintético, de una gran belleza en ocasiones: por ejemplo en los retratos de la
vida de soldados y conquistadores; o en los retratos de la vida de artistas
como Josef Ribera, el pintor mendigo, que rechazó la tutela de un cardenal
renacentista italiano porque le impedía crecer en su proceso creativo, y acabó
casándose con la hija del dueño de un taller de pintura, comenzando con
autenticidad aquí su verdadera carrera como pintor.
Son casi
doscientas páginas de textos que no tienen desperdicio y que ha recopilado
Martínez Torrón en 1995: los epítomes de Alonso Tostado, Navía, Ossorio, Luis
Requesens, Bartolomé Leonardo Argensola, Juan de Palafox, Francisco Valles,
Juan de Rivera, fray José de Sigüenza, Diego de Covarrubias, Juan de Urbina,
Hugo de Moncada, cardenal Silíceo, Bartolomé de Carranza, Pedro González de
Mendoza, cardenal Cisneros, Vasco Núñez de Balboa, Gil Carrillo de Albornoz,
Hernando de Soto, Diego García de Paredes —admirable—, Francisco Pizarro, José
Ribera — espléndido—, Pablo de Céspedes, Diego Velázquez, Alonso Cano,
Bartolomé Murillo, Juan de Herrera, marqués de Santillana, Juan Ginés de
Sepúlveda, Francisco de Salinas, Feijoo, Guzmán el Bueno, Pedro Navarro,
Bernardo de Balbuena, Pedro de Rivadeneira, Diego de Álava y Beaumont, conde de
Gondomar, conde de Floridablanca y obispo de Orense.
Sobre este
último personaje, de cuyo pensamiento estaba muy distante —se negó a jurar la
Constitución de 1812—, a quien debió conocer bien y que fue su enemigo en la
juventud, dio una versión beatífica glosando su devoción y caridad cristiana.
En las Obras
completas de Manuel José Quintana citadas se encuentra, por otro lado, un
interesante artículo sobre Cervantes. Lo concibió como un apéndice a las Vidas.
También se contiene la Noticia histórica y literaria de Meléndez Valdés,
de interés para conocer su pensamiento acerca del poeta más influyente en la
España de su época, e indudablemente el más valioso.
Y una Introducción
histórica a una colección de poesías castellanas, donde relaciona la poesía
con la verdad.
En todos
estos textos hay, sin embargo, la rémora de la formación neoclásica heredada de
Luzán: los basamentos tan profundos que fundamentan la estética neoclásica, van
a influir en el pensamiento estético español incluso durante períodos de
romanticismo en la poesía, novela y drama. Esta Introducción contiene
noticias de interés sobre el modo en que eran considerados diversos textos
literarios clásicos españoles por los autores protorrománticos como Quintana.
Se contiene finalmente un Discurso de la Junta creada por la Regencia para
proceder al arreglo de los diversos ramos de la instrucción pública, útil
para conocer la vertiente que el autor desarrolló en la política cultural del
país.
En la correspondencia
de Quintana (Martínez Torrón, 1993) alude el autor a una Vida de don
Juan de Austria que quería trabajar y en la que estaba muy interesado, pero ha
debido perderse.
Quintana es
un autor de gran talla intelectual y humana, que está esperando aún a quien le
rescate de la fría erudición para hacer más accesible su verdadero temple
humano. La labor de recopilación con fijación textual correcta y completa de
sus obras está aún por hacer, aunque los trabajos de Dérozier sean de interés
impagable, así como sus aproximaciones, antes citadas, a aspectos biográficos y
literarios. Pero el trabajo de Dérozier se centra casi exclusivamente en los
primeros años de su labor política y literaria.
Ojalá que se
editen sus obras completas en edición moderna. Es una deuda de justicia, que
habla de la actual situación de la edición de nuestros clásicos por la que
atravesamos, siendo nuestra literatura quizás la más rica del universo, aunque
las actuales generaciones, si continúa así el mundo editorial, vayan a ser ignorantes
de la misma.
La
influencia de Manuel José Quintana sobre las jóvenes generaciones románticas
fue admirable. Notemos que aparece en lugar discreto y apartado en el famoso
cuadro de Esquivel que recoge el canon de autores románticos.
Quintana fue
admirado por autores próximos y ajenos a su pensamiento: Blanco White le llamó
“el hombre más sincero que conozco”. Menéndez Pelayo, tan distante de él, le
llamó acertadamente “hombre todo de una pieza”.
Obras de ~: Poesías, se editaron
progresivamente aumentadas en Madrid, 1798; Madrid, Imprenta Real, 1802;
Madrid, Imprenta Nacional, 1821; Burdeos, Pedro Baume, 1825 (eds. de N. Alonso
Cortés, Madrid, Espasa Calpe, 1927 [4.ª ed., 1969]; de A. Dérozier, Madrid,
Castalia, 1969, Clásicos Castalia, 16. También destaca la Selección poética,
ed. de R. Reyes Cano, Madrid, Editora Nacional, 1978); Obras completas,
Madrid, 1852 (ed. Madrid, Atlas, 1946 [Biblioteca de Autores Españoles, XIX]); Obras
inéditas, Madrid, Medina y Navarro, 1872; Obras completas, Madrid,
Administración, 1897-1898, 3 vols.; Memoria del Cádiz de las Cortes, ed.
de F. Durán López, Cádiz, Universidad, 1996 (contiene la Memoria sobre el
proceso y prisión de Manuel José Quintana en 1814, que hasta ahora sólo
podía leerse en la edición de Obras inéditas [1872] op. cit.).
Bibl.: E. Díaz-Jiménez y Molleda, Epistolario
inédito del poeta Manuel José Quintana, Madrid, 1833; M. Menéndez y Pelayo,
Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, 1881, t. III, cap. 5, 7.°
libro; Historia de las ideas estéticas en España, Madrid, 1886, cap. 3,
págs. 204-224; E. Piñeyro, Manuel José Quintana (1772-1857). Ensayo crítico
y biográfico, Chartres, 1892 (en J. Simón Díaz figura como París, 1892); A.
Pirala y A. Sánchez Moguel, Discursos, leídos en la Real Academia de la Historia,
1892; M. Menéndez y Pelayo, “Manuel José Quintana. La poesía lírica al
principiar el siglo xix”, en Estudios y discursos de crítica histórica y
literaria, 4 (1942), págs. 229-263; L. Augusto de Cueto, Poetas líricos
españoles, t. III, Madrid, Atlas, 1953 (BAE, LXVII]) págs. 184-205; J. Vila
Selma, Ideario de Manuel José Quintana, Madrid, 1961; D.-H. Pageaux, “La
gènese de l’oeuvre poétique de Manuel José Quintana”, en Revue de
Littérature Comparée, 37 (1963), págs. 227-267; A. Dérozier, Manuel José
Quintana et la naissance du libéralisme en Espagne, Paris, Les Belles
Lettres, 1968, 2 vols. (el primero estudio, el segundo documentos; trad. del
vol. I, Madrid, Turner, 1978); Poesías completas, Madrid, Castalia, 1969
(Clásicos Castalia, 16); R. P. Sebold, “‘Siempre formas en grande moldeadas’:
sobre la visión poética de Quintana”, en El rapto de la mente, Madrid,
Prensa Española, 1970, págs. 221-233; M. A. Martínez Quinteiro, Quintana,
revolucionario, Madrid, 1972; D. Martínez Torrón, Los liberales románticos
españoles ante la descolonización americana (1808-1834), Madrid, Fundación
Mapfre, 1992; El alba del romanticismo español. Con inéditos recopilados de
Lista, Quintana y Gallego, Sevilla, Alfar, 1993; Manuel José Quintana y
el espíritu de la España liberal. Con textos desconocidos, Sevilla, Alfar,
1995; I. Aranzabe Pérez, “Personajes históricos en el poema El panteón del
Escorial” y “Un poema al Panteón del Escorial: análisis de la obra de
Manuel José Quintana”, en VV. AA., Literatura e imagen en El Escorial. Actas
del Simposium 4 nov. 1996, San Lorenzo de El Escorial, 1996, págs. 549-558
y págs. 559-566, respect.; M. Moreno Alonso, La forja del liberalismo en
España: los amigos españoles de Lord Holland (1793-1840), Madrid, Cortes
Generales-Congreso, 1997; L. Gutiérrez Hermosa, “La musa épica: Manuel José
Quintana y la reflexión sobre la época renacentista”, en A. González Troyano
(coord.) y M. Cantos Casenave y A. Romero Ferrer (eds.), IX Encuentro de la
Ilustración al Romanticismo (1750-1850). Historia, memoria y ficción,
Cádiz, Universidad, 1999, págs. 149-162; J. Cañas Murillo, “Manuel José
Quintana y su ‘Contextación a los rumores y críticas que se han esparcido
contra él en estos días’”, en Anuario de Estudios Filológicos (Cáceres),
XXIV (2001), págs. 85-93; M. Moreno Alonso (ed.), M. J. Quintana. Cartas a
Lord Holland, Sevilla, Alfar, 2010.
Biografía
escrita por Diego Martínez Torrón. Catedrático de Literatura Española en
la Universidad de Córdoba y escritor con más de 50 libros publicados. Especialista
en la época romántica, ha defendido la idea de adelantar la llegada del
romanticismo a España, documentándolo en numerosos estudios. Entre sus libros
destacan: Ideología y literatura en Alberto Lista, Sevilla, Alfar, 1993;
El alba del romanticismo español, Sevilla, Alfar, 1993; Manuel José
Quintana y el espíritu de la España liberal, Sevilla, Alfar, 1995; y
ediciones de las Obras completas de José de Espronceda, Madrid, Cátedra,
2006 (Bibliotheca Aurea); de las Poesías completas del duque de Rivas, Sevilla,
Alfar, 2012; y del Teatro completo del duque de Rivas, Sevilla, Alfar,
2015. Así como el ensayo Valle-Inclán y su leyenda. Al hilo de “El ruedo
ibérico”, Granada, Comares, 2015 (Interlingua, 142). Autor de la novela Éxito,
prólogo de J.Mª Merino, Sevilla, Alfar, 2013. También Al amor de Ella.
Poesía completa 1974-2014, Sevilla, Alfar, 2016.
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